sábado, 25 de octubre de 2014

La leyenda de los escudos de la Casa del Sol.

Los palacios y casas señoriales del casco antiguo de Cáceres han sufrido a lo largo de los siglos desde sus orígenes numerosas reformas, ampliaciones y modificaciones, que han escondido tras sus paredes historias y leyendas. Esta es una de ellas.

Casa del Sol, Cáceres (Foto:Sergio Ciriero)
   
         Corría el siglo XVI cuando el maestro de obras Pedro Gómez daba por finalizada la reforma de la casa que la familia Solís le había encargado. Situada en el barrio alto de la villa de Cáceres, cerca de la iglesia de San Mateo, habían pasado varios años desde que le fue adjudicada la obra y recibido el primer pago. Ahora, tras darla por buena y finalizada por el maestro inspector y efectuar el secretario el cuarto y último pago. Contemplando el maestro y los contratantes aquella fachada cuadrangular granítica, con arco de medio punto con pequeñas dovelas en su entrada principal enmarcada sobre un alfiz, sobre el cual destacaba un matacán semicilíndrico con aspilleras rematadas en cruz sujeto por tres ménsulas y custodiado por dos ventanas de medio punto; la portada les parecía demasiado austera, allí faltaba algo que destacara la nobleza y la fortuna de los Solís, necesitaba una mejora.

            Aconsejado por el maestro de obras, Francisco de Solís envió  misiva a un reputado cantero, cuyo trabajado era reconocido por tierras leonesas, requiriendo su presencia para que le esculpiera el escudo familiar que coronaría aquella majestuosa fachada.

Casi al mes de haber recibido la carta, por la serranía cacereña transitaba una carreta tirada por dos caballos, en ella, junto a sus herramientas de trabajo, viajaban el maestro cantero y dos de sus hijos varones. El camino era largo y en aquella incomoda carreta se hacía muy pesado. Viajaban de día y descansaban al caer la noche, bien en ventas cuando había suerte y el precio lo permitía o en el campo cuando no. Aquel día era uno de eso, la noche les había acontecido en mitad de la nada, y decidieron acampar a un lado del camino, entre encinas y jaras. Andaban todos reunidos a la luz de la fogata, degustando un cuenco de puchero que Rodrigo, el menor de los hijos de Alonso el maestro cantero había preparado, cuando escucharon el sonido de unos casco y el pifiar de un caballo.

Tierras de Extremadura  (Foto: Virtor Marroyo)

Alejándose del camino, en aquella oscuridad, un hombre con sombrero de ala ancha, capa al vuelo y fuertemente armado se acercó hacia ellos:

“Buenas noches tenga vuestras mercedes.-Dijo apeándose del caballo- En paz vengo y me vendría bien calentar mis huesos de este frio de la noche y por supuesto mi estómago, porque si bien huele mejor tiene que saber ese caldero.”

“Acercaos pues al fuego- respondió el maestro- y presentaros.”

“Martín de Bolaños, antiguo veterano de los tercios de su majestad, a vuestro servicio.”

“Yo soy Alonso, y estos son mis dos hijos, Alonso el mayor, -dijo señalando a un joven de tez morena y barba sentado a sus diestra- y aquel, volvió a señalar a un joven más bien flaco pero hermoso a la vista-  que os está echando un cuenco de puchero, es nuestro cocinillas Rodrigo, jeje- siguió entre risas-  mi hijo el pequeño. Somos canteros y nos dirigimos a la villa de Cáceres.”

“Suerte la mía,- respondió el veterano soldado- de tierra de Plasencia vengo y a la villa de Cáceres también me dirijo. ¿Les importa si les acompaño en el camino?”

“Al contrario, estaríamos agradecidos por su compañía y escolta por estos inesperados caminos. Sentaos al fuego Martín, y descansad con nosotros.”

Tras degustar el reconfortante puchero, a la luz de la hoguera todos escucharon con admiración las historias de arcabuces y picas de la mejor infantería del mundo, como decía Martín de Bolaños comparándola con las grandes legiones romanas. Larga fue aquella noche de charla, hasta que el cansancio hizo mella en los canteros que agotados se fueron a dormir bajo el cielo estrellado.

Vistas de Cáceres.
           
            A la mañana siguiente al despuntar el alba, tras desayunar las sobras de puchero de la noche anterior junto a un trozo de pan duro, y recoger sus pertenencias, continuaron rumbo a la villa por los caminos de herraduras de la Extremadura. Tras tres días de alegre y mutua compañía, amenizada las noches con las historias de batallas y de bellas mujeres de Martín, las jornadas se les habían hecho cortas. El último día, a las primeras horas de la mañana divisaron las inmensas murallas de Cáceres.

Ya las afuera de la villa, en la explanada junto a la que llamaban puerta Nueva, se veía el trasiego y el que hacer del día a día de la ciudad, campesinos, comerciantes, artesanos y villanos entraban y salían, era día de mercado. Arrearon los canteros los caballos y continuaron hacia el recinto amurallado. Al atravesar la puerta se santiguaron antes el lienzo de la Virgen que custodiaba dicha puerta:

“Te damos gracias Madre de Dios por protegernos por estos caminos, de la Extremadura.” - Y depositaron unas monedas en un receptáculo de piedra para tal menester. 

Tras ellos iba el veterano soldado, el cual no pasaba inadvertido entre los oriundos de la villa, murmullos y miradas se cruzaban a su paso.

Continuaron los foráneos por una de las calle hasta que llegaron a la plaza de Santa María donde entre el tumultuoso ajetreo del mercado se despidieron del veterano soldado:

“Martin, que la suerte te acompañe en esta villa, ha sido un placer compartir el viaje contigo.”- Dijo el maestro.-

“Gracias también a vosotros por vuestra hospitalidad y generosidad, nos veremos por las calles o en las tabernas.”  -Y tras soltar una sonora carcajada, y despedirse tocando sutilmente el ala de su sombrero se alejó entre los transeúntes.-

Había en la plaza de Santa María una gran multitud por ser día de mercado, vendedores de verduras, quesos, miel, leche, gallinas, corderos, conejos y pescados de ríos se apostaban en sus alrededores, también algunos artesanos de aperos agrícolas y utensilios de cocina. En la puerta de la iglesia del mismo nombre y cerca del convento adyacente de las monjas de la congragación de Santa María de Jesús, algunos mendigos sopistas, ciegos, tuertos o mutilados competía por las limosnas del día, mientras un juglar amenizaba la mañana recitando dulces melodías acompañado de su vihuela.

Puerta Nueva de Cáceres.

            Al cabo de media hora de callejear en busca de posada y de preguntar a los lugareños, dieron los canteros con una posada que cumplía con sus requisitos para alojarse, en realidad sólo era uno, que la habitación compartida para los tres estuviera libre de pulgas.

La modesta posada estaba situada en la plazuela del potro, a las afuera de la muralla saliendo por la puerta de Mérida, de ahí su nombre “Posada de La Puerta de Mérida”. Regentada por un tal Severino, hombre malhumorado y grotesco en formas y su esposa Lucrecia, mujer entrada en carnes y mucho más joven que él, la posada estaba atestada de clientes de todo tipo y condición social, desde hijosdalgo, labriegos o artesanos a viajantes y comerciantes forasteros. La posada tenía dos pisos, donde las habitaciones estaban en la parte superior y la taberna abajo, aparte de una cuadra donde guardaban los caballos y los burros entre gallinas, alguna vaca y algunos puercos. Tras discutir el precio de la habitación con el posadero, que a regañadientes cedió en bajar hasta dos cuartos por persona y día, descargar sus enseres, herramientas, y depositar el carro y los caballos en el establo, donde además contrataron los servicios de un desdentado y flacucho muchacho llamado Juan, para su vigile y cuidado, se dirigieron a visitar la casa de los Solís.


Las campanadas de la iglesia cercana habían dado ya las 10 de la mañana, cuando salieron. Anduvieron un buen rato por las calles de la villa admirando las casas y palacios hasta que llegaron a la casa de los Solís.

Calle de la Puerta de Mérida, Cáceres

           Cuando contemplaron la obra del maestro Pedro Gómez, las musas creativas revolotearon al maestro Alonso, en su cabeza ya tenía diseñado y esculpido el escudo que en seguida plasmaría sobre las hojas de un cuaderno.

“Rápido Rodrigo dame lápiz y papel –dijo- ya lo tengo, va a ser un escudo majestuoso,  vivo, acorde con la obra.”

Rodrigo sacó de su bolsa de cuero que llevaba al hombro un cuaderno y un lapicero que le entregó.

“Tome padre.”

Apoyó el cuaderno el maestro sobre la espalda de su otro hijo Alonso, y comenzó a dibujar el escudo. Al cabo de tres cuartos de hora el boceto preliminar estaba acabado.

Llamaron entonces a las puertas de la casa, al rato una mujer de mediana edad les abrió.
“¿Que desean los señores? –Preguntó-

“Soy el maestro Alonso, cantero y venimos de tierras leonesas llamados por tu señor”- le respondió entregándole la carta que habían recibido.-

“Pasen –dijo cogiendo la carta y acompañándoles hacia el patio- esperen aquí les anunciaré.”

Al rato llegó el secretario de la familia. “Buenas tardes señores, síganme, mi señor les espera en su despacho.”

Plaza de Santa María de Cáceres.


  La habitación era amplia con una chimenea en el fondo, y lujosamente adornada con cuadros, tapices, cortinas y alfombras; el mobiliario estaba compuesto por una escribanía, un bargueño, varias sillas y un gran arcón acorazado con doble cerradura. Encontraron al noble Francisco de Solís mirando por una de las ventanas.

“Buenas tardes tengan noble señor, –hablo el maestro cantero presentándose y haciendo una pequeña reverencia con la cabeza- soy el maestro Alonso y estos son mis hijos, Alonso, el mayor y Rodrigo.”

“Venís muy bien recomendados, espero que vuestro trabajo sea igual de bueno.” – Dijo el noble.-

“Quedaréis complacido con mi trabajo mi señor”- Respondió Alonso y procedió a mostrarles sus bocetos.-

Al ver los dibujos, el noble quedó tan maravillado que dio inmediatamente órdenes a su secretario para que formalizara el contrato y comenzaran cuanto antes las obras.

Además de sus honorarios habituales, el cantero solicitó que las piedras fueran de gran calidad, maderas para el andamiaje de la obra y alguna ayuda de mano de obra local. Y así quedó estipulado y firmado. El secretario les dio entonces el primero de los pagos,  y se retiraron con la bolsa a la posada para planificar y comenzar a la mañana siguiente con el encargo.

Calle del Arco de la Estrella, Cáceres.

             Y así fue, temprano comenzó el día siguiente para los canteros, madrugadores y trabajadores, pero no para todos, faltaba Rodrigo que según le había contado Alonso a su padre, Rodrigo en mitad de la noche se había despertado sin sueño e incapaz de pegar ojo, había bajado a la taberna a airearse un poco, y aun no había vuelto. Bajaron las escaleras y le preguntaron a Severino por el muchacho:

“Buenos días. ¿Por casualidad no habrá visto a mi hijo Rodrigo?”

“No desde anoche, que en aquella mesa anduvo bebiendo con un forastero, hasta que ya entrada la noche y después de muchos vinos, se fueron juntos de farra.” –Respondió el posadero.-

“¿Y cómo era ese forastero? Si no es mucha indiscreción.” – Volvió a preguntar el cantero preocupado.-

“Pues según oía que contaba y presumía en sus historias- en ese momento el malhumorado posadero se giró y gritó- ¡Lucrecia déjate ya de cháchara y ponte a servir allí más vino!- y continuo diciendo- como le he dicho era un veterano de los tercios de su majestad.”

“Padre, podría ser Martín de Bolaños, estoy seguro que Rodrigo se topó con el.- Dijo sobresaltado el joven Alonso.- No debemos preocuparnos por Rodrigo, él le protegerá, padre.”

“Eso espero Alonso, pero mejor que no se metan en líos algunos, por su bien y el nuestro.-Respondió el padre- Bueno pues vayámonos nosotros que el trabajo nos aguarda y tenemos mucho por esculpir. Y ojalá, que aparezca pronto tu hermano” –Se dirigieron hacia los establos, cargaron sus herramientas en el carro, engancharon los caballos y tras darle una moneda al joven desdentado, partieron hacia la casa de los Solís.- 

Cuando llegaron una cuadrilla de diez sirvientes del señor les estaban esperando, junto a maderas y otros materiales de construcción.  Uno de ellos se les acercó:

“Maestro Alonso, soy Pedro y estamos a su servicio.- Le dijo- Un carro le espera para llevarle a la cantera de la Zafrilla, a unos leguas de aquí.”

“Gracias, Pedro. Alonso-llamó a su hijo- hazte cargo de todo en mi ausencia”

“Así lo haré padre, id con Dios”

Vista de la Casa del Sol, Cáceres

             Tras la marcha del maestro, en seguida se pusieron a trabajar montando los andamiajes y preparado las herramientas, bajos las ordenes y la supervisión de Alonso hijo.

Mientras el padre estaba ausente, apareció en la obra el joven Rodrigo, su aspecto era lamentable, desaliñado y con cara de no haber dormido en toda la noche.

“Donde estuviste, tienes a padre preocupado.”-Le dijo Alonso recriminándole su aspecto-

“Estuve con Martín de Bolaños, conociendo las gentes y la cultura local”-Respondió entre chanzas-

Al acercarse Alonso se percató del mal estado en que venía su hermano.

 “Maldita sea, apestas a vino. ¿No andarás metido en líos? –Decía mientras cogía un cubo de agua cercano y se lo echaba por encima de la cabeza de su hermano.- Lávate que no te vea padre en ese estado, y ponte a trabajar que es a lo que hemos venido aquí.”

Ya salió el santurrón que llevas dentro, siempre sermoneando y haciendo lo que dice padre, lo que hace padre… blablablá "–Le reprochó mientras se quitaba la camisa y volvía a meter la cabeza en una barraca de agua.- "Harto estoy de vosotros"- Se secó el torso con un paño, cogió un madero, y se puso a trabajar con los demás jornaleros.-

Cuatro horas después volvió el maestro Alonso con las piedras de la cantera de la “Zafrilla”, al ver a su hijo pequeño trabajando se alegró que estuviera allí y nada le preguntó, tampoco le contó Alonso hijo nada de cómo había llegado su hermano y continuaron con sus tareas, hasta el anochecer del día.

Casa del Sol, Cáceres

       Los dos días siguientes transcurriendo con tranquilidad para la familia de canteros, dedicaban sus horas al trabajo y al descanso en la posada, todo según lo previsto. El trabajo del maestro cantero era excepcional, el escudo iba apareciendo en la piedra, como si hubiera estado ahí siempre, y ahora le diera vida con sus manos.

Pero tras la tercera noche todo cambió, el joven Rodrigo era demasiado inquieto, aprovechaba cuando todos dormían para en sigilo abandonar la habitación y no volver hasta el alba, antes de que se levantaran. 

Su hermano empezó a sospechar de él, algo no andaba bien, su rendimiento en la obra no era el mismo, se escabullía de las tareas, no rendía bien, siempre cansado y su carácter comenzó a cambiar. Pero no quería preocupar a su padre. Una noche Alonso se acostó como siempre, pero esa noche no durmió, se hizo el dormido. Y a mitad de la noche vio cómo su hermano en silencio se levantaba, cogía la ropa, los zapatos y algo envuelto en una tela negra de uno de los arcones y dejaba la habitación.

Se asomó por la ventana, en la puerta de la posada dos hombres con capas y espadas encinto esperaban con teas encendidas en una mano, Rodrigo se unió a ellos y juntos desaparecieron en la noche cacereña. ¿Dónde iba? ¿Qué hacía? Se preguntaba el hermano. ¿Qué sería aquello que llevaba envuelto? Y ¿Quiénes eran aquellos hombres?

Nada pudo dormir Alonso aquella noche, y cuando casi al amanecer escuchó el crujir de la puerta, volvió a hacerse el dormido, y con los ojos medio cerrados observó cómo su hermano se quitaba la ropa, guardaba la tela negra y se metía como si nada en la cama.

Esa mañana actuó como siempre, nada dijo Alonso de lo que había visto la noche anterior, ni a Rodrigo ni a su padre. Se levantaron como de costumbre, se vistieron, pero Alonso fingió sentirse indispuesto.

“Padre hoy no me encuentro bien, creo que he cogido algo de frio anoche.”

“¿Quieres que mande llamar a un barbero para que te sangre? No vayan a ir esas fiebres a peor” – Le dijo el padre.-

“No se preocupe padre, es sólo mal cuerpo, descansando unas horas en cama me pasará.” –Respondió Alonso.-

“Bueno recupérate hijo, que falta nos haces. Rodrigo –gritó- vayámonos pues que se nos hace tarde.”

Vistas de Cáceres.

Cuando se fueron, Alonso se levantó de la cama, se asomó a la ventana y contemplo como su padre y su hermano se perdían entre las calles de la Villa. Aquella era su oportunidad, se acercó al arcón donde su hermano había escondido aquel trozo de tela negra, rebuscó entre la ropa, allí estaba bajo unas calzas. Lo cogió, aquello pesaba demasiado para ser un trozo de tela, lo desenvolvió con cuidado sobre el camastro, y cuando lo vio no daba crédito a sus ojos, aquella capa negra que era lo que en realidad era, escondía en su interior una daga, una pistola, y algunas joyas y anillos. Mil preguntas empezaron a rondar en su cabeza, ¿por qué tenía su hermano aquellas armas? ¿De dónde había sacado esas joyas? ¿Quiénes eran aquellos hombres con quienes se había reunido la noche anterior? ¿Y qué andaba metido su hermano pequeño?

Alonso no sabía qué hacer, ¿qué iba a pensar su padre ante aquel descubrimiento? ¿Qué explicaciones le daría su hermano? O como actuaría. El horror, la ira y la incertidumbre le atemorizaban, no le dejaba pensar, hasta que recordó algo, mejor a alguien que estaba versado en estos temas y le podía ayudar, Martín de Bolaños, tenía que encontrarle y explicarle la situación.

“El me ayudará.” – Se dijo para sí.-

Recogió las armas y las joyas, las envolvió de nuevo en la capa negra y la depositó donde la había encontrado. Se vistió, abrió la puerta de habitación y bajo las escaleras. Como siempre la taberna estaba ya en pleno funcionamiento, el olor del puchero de Lucrecia se mezclaba con el olor a chorizos, quesos rancios y a vino. Alonso se acercó al posadero Severino que andaba ya malhumorado.

"¿Sabes dónde puedo encontrar a un veterano soldado llamado Martín de Bolaños? Aquel qué estuvo una noche hablando con mi hermano."-Le preguntó.-

"¡Crees que soy la puta del pueblo! A otro con ese cuento. No me encargó yo de chismes alguno, ni me dedico a la información, bastante tengo conllevar mi negocio y no meter en líos."-Le respondió airadamente el posadero, cuando era interrumpido por un grito de Lucrecia.-

"Severinoooo! Más vino Severino. ¡Llena esa jarras que nuestros clientes tienen el gaznate seco!”

Y cogiendo un par de jarra que había sobre la barra, se alejó. Momento que aprovecho la voluptuosa joven para hablar con Alonso.

"Si queréis información -le susurro- preguntad a Juan, ese mocoso lo sabe todo por aquí y por unas monedas os vendería hasta su propia madre. Pero -continuo diciéndole mientras se le insinuaba  juntando sus pechos con sus manos- si necesitáis de esos servicios yo soy toda vuestra."

"Gracias-respondió el joven algo sonrojado- pero sólo necesito encontrar a alguien"- Y eludiendo su lasciva mirada se dirigió al establo. Allí estaba el desdentado y flacucho Juan dando de pastar a los caballos.

"¡Juan!" Grito el joven cantero.

"Sí señor, ¿necesitáis algo?”

"En realidad sí. -Le dijo mostrándole una moneda- Necesito que me encontréis a una persona en la villa, su nombre es Martín de Bolaños, y es un veterano soldado de guerra."

"Eso no será tarea fácil señor, además tengo otros quehaceres, como cuidar de los caballos."

"Y no podrían esperar, tendrás otra como esta- volvió a mostrarle la moneda- cuando encuentres al soldado."

"Hecho,- cogió la moneda y salió a la carrera mientras vociferaba -volveré en una hora, señor." Para lo flaco y canijo que era el desdentado Juan corría igual que un galgo.

Fallido escudo reutilizado como sillar.

Mientras tanto en la reforma del palacio de los Solís el maestro cantero había terminado de colocar en la fachada, el timbre que coronaría el escudo. El yelmo tallado de frente, con casco, visera levantada, babera y superado de airones, lucia majestuosamente.

Alonso esperaba sentado en una de las mesas de la taberna “Puerta de Mérida”, esquivando las continuas insinuaciones de la posadera, y las miradas inquisitivas de su marido, cuando vio aparecer por la puerta a Juan, lo llamo y se le acercó.

"Señor, el soldado que buscáis, se halla ahora dentro de la villa, en la taberna el Caldero.”

"Toma te la has ganado -dándole la moneda- y esto queda entre tú y yo, no les cuente nada a nadie, incluidos mi padre y mi hermano. ¿Estamos?”

"Si, señor" -Y salió de nuevo a la carrera con la moneda.

Calle Manga, Cáceres.

Abandono Alonso la posada con dirección a la Taberna El caldero. Iba el cantero por las calles de la Villa intentado pasar desapercibido, más por temor que por ser reconocido, al cabo de unos minutos llego a la taberna. Era un lugar casi oscuro y mal ventilado, donde se reunían lo más bajo de la calaña de la villa. En unas de las mesa se hallaba sentado Martín de Bolaños junto a otro hombre, bebiendo vinos y contando con efusividad sus historias, como era su costumbre. Se acercó hacia él y una sonrisa iluminó la cara del veterano soldado.

"El joven Alonso, -dijo- ¿qué te trae por este antro?

“Martín –le dijo- creo que mi hermano Rodrigo anda metido en líos, y no sabía a quién recurrir, necesito tu ayuda.” –Y le contó toda la historia.-

“Te ayudaré Alonso, cuenta conmigo. Esta noche le seguiré y averiguaré en que anda metido, ese muchacho.”

Y dándole las gracias por su ayuda, Alonso volvió a la posada.

Cuando cayó la noche, los hechos se volvieron a suceder, Rodrigo se fugaba de la habitación a hurtadilla, y se reunía con los dos hombres, pero esta vez Alonso desde la ventana, observaba como Martín les seguía entre la oscuridad.

Había pasado una semana desde que Alonso se reunió con Martín y aun no tenía noticias, aunque las salidas de Rodrigo habían continuado sucediendo cada noche.

Por las mañanas el trabajo de la reforma ocupaba la mayor parte de sus horas. Los canteros habían terminado ya el escudo principal de la fachada. El escudo parlante (aquel que incorpora piezas o muebles que representan directamente al titular del escudo) era de gran realismo, tanto que los mismo ayudante estaban impresionados con la obra, en campo de gules (rojo) un gran sol de oro sonriente y destellante era mordido por ocho dragantes de sinople (verde), pues en aquellos tiempos los escudos estaban pintados con sus colores.

Escudo principal de la fachada de la Casa del Sol (Foto:Sergio Ciriero)

“Padre os habéis superado con este escudo, ¡verdad Rodrigo!”- Le dijo Alonso mirando a su hermano, pero este no dijo nada.-

“No lo habría conseguido sin vuestra ayuda hijos míos seréis unos grandes maestros canteros, y ahora sigamos que aún nos queda trabajo.”

“Maravilloso escudo.”- Escucharon a sus espaldas, aquella voz les resultaba conocida.

“¡Martin amigo, como tú por aquí!”- Grito el maestro Alonso.

“Esta villa es pequeña maese Alonso, y tu fama grande, por esos es obligado venir a ver tu obra.”-Le dijo el veterano soldado.-

“Me halagas amigo, ven pongámonos al día.” –Y sentados en un banco estuvieron conversando alrededor de media hora.

“Bueno maese, pero debo dejaros, hay asuntos que me reclaman.”-Se despidió Martín, mientras se levantaba y dejaba caer intencionadamente uno de sus guantes debajo del banco y le hacia una seña a Alonso.-“Ha sido todo un placer veros.”- Y desapareció por una de las calles.-

“Padre,-dijo el joven Alonso- Martín se ha dejado olvidado el guante, voy corriendo a llevárselo, antes que se aleje.”

“Vale hijo, pero no tardes.”

Salió corriendo tras él, y dos calles más adelante lo hallo apoyado en una pared.

“¿Que habéis averiguado?-Preguntó impaciente Alonso, entregándole el guante.-

 “Vuestro hermano Rodrigo llevaba una doble vida por la mañana con vosotros es cantero y por la noche es otra persona distinta, se junta con la calaña más baja de esta villa, borrachos, maleantes, tahúres, rameras y todo aquel que se ocultara en la oscuridad de una taberna. Se pasa las noches jugando a naipes, dados y bebiendo vino, ha contraído deudas por ello. Vuestro hermano va acabar mal.”-Le explicó.-

“¿Qué puedo hacer, Martín?”

”Debéis contárselo a vuestro padre y hablar los dos con él. Debe saldar sus deudas y abandonar la villa o acabará muerto. Yo haré todo lo que pueda por ayudaros.” –Y despidiéndose se alejó de Alonso.-

Matacán de la Casa del Sol (Foto:Sergio Ciriero)

Volvió Alonso al trabajo. Preocupado y pensando cómo afrontar aquello terminó la jornada. Cuando llegaron a la posada, mandó a su hermano Rodrigo a recoger los caballos momento que aprovechó en la habitación para contarle todo a su padre y mostrarle la pistola y la daga, pues las joyas ya habían desaparecido.

El padre quedó conmocionado ante aquello que le había contado, no daba crédito, aquel muchacho dulce y amable se había transformado en un rufián.

Entró Alonso en ese momento, y vio sus armas sobre el camastro. Miró a su padre a los ojos, y vio que estaba desolado, se sentía culpable. 

“¿Por qué hijo mío? ¿Por qué? ¿Es esto lo que yo te he enseñado? ¡En que te has convertido!”

“Lo sabemos todo -le recriminó su hermano- tus salidas nocturnas, tus juergas y tus deudas.”

“Recoge tus cosas y vete.”-Le dijo entre llantos el padre.-

“Padre, padre.”-Dijo Rodrigo.-

“No me llames mas así, ya no eres mi hijo. Vete”- Le respondió-

Y recogiendo sus armas abandonó la habitación.


Calles de Cáceres (Foto: Sergio Ciriero)

Pasaron unos días, y nada supieron de Rodrigo. En la obra, la alegría de antaño se había truncado en tristeza y mesura. El maestro Alonso era el que peor lo llevaba, su hijo intentaba alentarle y animarlo pero era inútil, se había encerrado en su mundo, un mundo que la culpabilidad le carcomía.

Una noche llamaron a la puerta, alarmados se despertaron los canteros, algo sucedía.
"¿Quien anda ahí?”- grito Alonso

"Abrid me, soy yo, Martín."

"¡Martín!” -Repitió extrañado el joven Alonso.-

"Rápido abre hijo." -Dijo el padre.-

Se acercó a la puerta quitó el pestiño y la abrió. Martín entró raudo, se le veía nervioso como nunca antes lo habían visto.

"Rodrigo está en problemas y lo andan buscando, necesita vuestra ayuda."

“Ya no es mi problema, ya no es mi hijo.” -Manifestó el padre con desidia.-

Pero padre, sigue siendo sangre de nuestra sangre. ¿Qué ha pasado Martín?"
 
"Andaba yo siguiéndole como de costumbre, cuando entraron en la taberna El Caldero, yo entre poco después y sin que me viera me senté en un rincón de la taberna. El y otro amigo suyo tahúr estuvieron jugando a dados con unos villanos hasta bien entrada la noche. Perdió mucho dinero, por ello lo echaron de la partida y se puso a beber. Al cabo de un rato entraron unos matones fuertemente armados, echaron una mirada a la taberna y cuando lo vieron se acercaron a él, según pude escuchar le reclamaban la parte de un botín de joyas y dineros producto de un robo de la noche anterior, le dieron como plazo hasta la mañana."

"Tengo algo de dinero, -le interrumpió Alonso mostrándole una saca de monedas- le podemos ayudar”.

"Es demasiado tarde- continuo hablando Martín- después de irse aquellos hombres, Rodrigo abandonó la taberna, fui tras el pero una calleja lo perdí, supuse que se había ido a dormir al refugio donde pernocta y decidí regresar a la taberna. Al rato los villanos con los que había estado jugando Rodrigo también se fueron de la taberna con las ganancias de Rodrigo. Poco tiempo después de salir uno de ellos volvió a entrar ensangrentado y gritando.”

“Socorro, ayuda lo han matado, lo han matado.”

Raudo salí a ver lo sucedido y me topé con un hombre yaciendo en un charco rojo, entonces vi una correr una sombra y fui tras ella, cuando le alcance me abalance sobre ella, era Rodrigo y llevaba en su mano una daga ensangrentada. Acababa de matar aquel hombre y robarle las joyas y los dineros.

"Tuve que hacerlo.“-Repetía una y otra vez tuve que hacerlo. De inmediato me lo lleve de aquel lugar y lo escondí en las obras del palacio.

“Debéis ayudarlo, o acabará en la horca.”

"Gracias Martín. Padre por favor debemos ayudarle.”-Suplicaba Alonso.-

 "Yo entretendré a los alguaciles entorpeciendo la investigación, mientras vosotros lo sacáis de la Villa.” -Y tras estas palabras se fue Martín.-

Calle de San Pablo, Cáceres.(Foto:Sergio Ciriero)

Estaba ya casi amaneciendo cuando engancharon los caballos a la carreta y se dirigieron a casa de los Solís. En la entrada de la puerta de Mérida se encontraron con guardias apostados.

“Guardias. ¿Ocurre algo?” -Pregunto el joven Alonso intentando disimular sus nervios.-

“Ha habido una asesinato, y tenemos orden de registrar a todo aquel que salga.” -Dijo uno de los guardias.-

“Y. ¿han cogido ya al asesino?”- Volvió a preguntar.-

“No, pero no podrá dejar la Villa sin ser visto. Es cuestión de tiempo que lo atraparemos. Continuad con vuestro camino.”

No habría manera de sacarlo de allí, estaban perdido. Cuando llegaron hallaron a Rodrigo escondido tras unas piedras, con las manos aun llenas de sangre y asustado.

“¡Que has hecho mal hijo, que has hecho, nos has deshonrado!”-Repetía una y otra vez el padre.-

 “Lo siento padre, lo siento.”-Dijo al verlo.-

 “¿Que vamos hacer Padre? Es imposible sacar a Rodrigo de la villa sin ser visto.”

“Tendremos que esconderlo aquí- respondió el padre- lo ocultaremos tras la pared lateral que estamos reformado, por un tiempo. Vamos no hay tiempo que perder antes de que vengan los trabajadores.”

Calleja lateral de la Casa del Sol.

Y así lo hicieron, lo ocultaron con agua y algo de comer, en el muro lateral de la casa que estaban reformando, tras una rejería en losange. Cuando llegaron los trabajadores ya estaba casi acabado.

“Buenos días.- Manifestó el joven Alonso- Nos hemos despertado temprano hoy, y hemos adelantado trabajo.”

El día en la obra transcurrió agitada por atroz crimen cometido, el trasiego de guardias era continuo. Los trabajadores estaban inquietos. El joven Alonso se mostraba afligido y nerviosos, sin embargo el padre no exteriorizaba sentimiento alguno.

Al caer la noche Alonso pidió a su padre ir a rescatar a Rodrigo, pero el padre le respondió que era demasiado pronto.

“Los guardias aún están vigilando las calles, mañana.”

El segundo y el tercer día Alonso seguía insistiendo a su padre, pero la respuesta era la misma.

“Aún es pronto, hay muchos guardias, mañana.

“Padre, morirá de hambre y sed“-Le suplicaba Alonso.-

Pero aquella petición era en vano, porque la intención del padre desde un principio era otra, no pensaba en la salvación de su hijo, pues para el su hijo ya estaba muerto, había muerto el mismo instante que descubrió sus mentiras y engaños, y más al descubrir que había robado y matado por ello. Su propósito siempre fue dejarlo morir a su suerte tras esos muros. No pasaría por la deshonra de ver morir a un hijo suyo en la horca, ese sería su castigo. Y así se lo hizo saber a su hijo Alonso, que rompió a llorar.

 La reforma continuó, pero desde aquel día el joven Alonso no volvió a dirigirle la palabra a su padre nada más que lo necesario. Tras varios días se colocó la última decoración de la fachada lateral, otro escudo parlante de los Solís, pero este sol era distinto, no era un sol alegre y engalanado, era un sol entristecido, recuerdo de la cruel deshonra que le causo su hijo, al maestro cantero.

Escudo lateral de la Casa del Sol, Cáceres 

Terminada la obra, el maestro cantero entregó a su hijo la parte correspondiente del último salario, este cogiendo la saca y se la dio al desdentado y flacucho Juan que estaba cuidando del carro y le dijo.

“Procura que debajo de este escudo entristecido, siempre por esta época haya un ramo de flores.”

“Sí señor, así lo hare.”- Le respondió.-

Depositó unas flores en aquella pared donde estaba emparedado su hermano, y tras darle un abrazo a su padre y decirle al oído:

“Te perdono padre.”-Se fue, y nunca más supo de él.

El maestro cantero también abandonó la villa de Cáceres, que continuó su trascurrir cotidiano ajena a aquel triste suceso.


Más leyendas son, y así te las he contado. Gracias y hasta la próxima.


Escrito por: Jesús Sierra Bolaños.

Fuentes consultadas:

Historia basada en un Leyenda popular.



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